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En este ensayo me interesa abordar los ambivalentes sentidos del rechazo. Por un lado, lo defino como práctica moral, en el terreno de las exclusiones, releyendo a McGranahan (2016) quien señala que el rechazo desafía toda relación jerárquica. Por otro, lo entiendo como praxis analítica que inaugura la posibilidad histórica de conocer y reconocer de otros modos las experiencias de niñas y niños. Coloco estas discusiones a propósito de reimaginar los estudios sobre las infancias trabajadoras, en contextos de desigualdad social persistente (Tilly, 2000) en América Latina.
En el primer caso, el rechazo al trabajo infantil despliega sensibilidades, moralidades, discursos y dispositivos que configuran las políticas de gobierno contemporáneas. En el segundo, el rechazo se convierte en un lente potente, teórico y metodológico, para interpretar una experiencia compleja. Así, el rechazo etnográfico (Ortner, 2009) asume la primera negación como parte a comprender, sin higienizar las relaciones de poder, ni diluir las ambigüedades del sujeto. En otras palabras, la producción de la infancia involucra disputas, que no pueden sólo sentenciarse como “buenas o malas intenciones”, necesitan ser examinadas en contexto y repolitizadas. En diálogo con Simpson (2017), el rechazo produce dilemas en la cotidianidad social y en el pensamiento.
En efecto, la infancia en condiciones de desigualdad moviliza específicas afectividades que se ajustan en narrativas y acciones que incluyen al Estado, las colectividades territoriales, los gobiernos internacionales y las instituciones políticas. Particularmente en América Latina, organizaciones y agendas de desarrollo social e investigación, estatales y no estatales, apuntan a la erradicación del trabajo infantil, de acuerdo con resonancias proteccionistas de la Convención Internacional de los Derechos del Niño y de la Organización Internacional del Trabajo que dictamina al trabajo infantil como todo aquel que priva a las niñas y a los niños de “una niñez” y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico. Desde estas retóricas abolicionistas, niñas y niños son definidos como inocentes y vulnerables: este sujeto infantil en abstracto sólo juega y depende estrictamente de los adultos para el sostenimiento de su vida.
En distancia con estos señalamientos, mis investigaciones territorializadas sobre niñas y niños que cuidan y trabajan, en diálogo con otras localizadas en diferentes ciudades de América Latina (Frasco, Fatyass y Llobet, 2021; Liebel, 2016; Padawer, 2010), manifiestan que las prácticas de niñas y niños no se restringen a tareas de baja intensidad y con escasa significatividad. Ellas y ellos producen valor social, es decir, establecen vínculos con otros, elaboran bienes y movilizan capitales (no sólo económicos) desde heterogéneas experiencias para lograr su reproducción social. El trabajo infantil, entendido no sólo en términos de supervivencia, se conecta con otros aspectos como los afectivos, los recreativos y los de socialización que son diferencialmente procesados según posiciones de clase, etnicidad, generación y género.
Si bien las experiencias infantiles contienen una diversidad de dimensiones de la vida social, los agentes que intervienen en el gobierno humanitario de la infancia (Fassin, 2016) sostienen la división de “los mundos hostiles” (Zelizer, 2009) y desde allí van delineando regímenes de deseabilidad sobre el bienestar y las necesidades de las niñas y los niños (Fraser y Lamas, 1991). En especial, se conmueven ante las escenas del trabajo relacional -en el sentido de Zelizer (2009)-, mientras niñas y niños en situación de pobreza se comprometen en amplias actividades productivas con relativa autonomía de los arreglos familiares.
Estos adultos se conducen sobre el supuesto malestar de los infantes, desean corregirlo, victimizan a niñas y niños o niegan ciertos repertorios infantiles. El temor a que los itinerarios del trabajo los dañe actualiza un esencialismo romántico que cuenta una única historia sobre ellas y ellos, centrada en lo que NO deben hacer, sin enfocar detenidamente en el contexto en cual transcurren estas relaciones productivas (Llobet, 2012). Los sentimientos morales que gobiernan sobre la infancia invisibilizan las múltiples trayectorias de niñas y niños, los dislocan social, espacial y temporalmente, los dejan inerte, como una vida virtuosa que hay que salvar porque puede ser fácilmente suprimida.
Estos relatos de catástrofe sobre “el niño trabajador” provocan políticas de contención y solidaridad, al tiempo que desplazan la posibilidad de advertir sobre las violencias e injusticias de larga duración que circunscriben las condiciones materiales y simbólicas en las que viven niñas y niños. Este consenso compasional no logra auditar otras historias sobre las infancias que trabajan. Desde allí resta culpabilizar a los grupos familiares “que mandan a sus hijos a trabajar”.
Asimismo, distintos agentes y organismos ejecutan medidas socioeducativas desde una matriz de sentido que apela a la idea de la cultura de la paz, la armonización de la crianza y el rescate de la infancia, por tanto, las “problemáticas” sociales emergentes buscan ser resueltas en el plano de la interacción y la toma de conciencia, sin cuestionar sus circunstancias políticas y sociales (Pizarro, 2017; Fonseca y Schuch, 2009).
No es posible visibilizar pues que el trabajo infantil involucra significados y aprendizajes comunitarios, resoluciones cotidianas y reciprocidades en y entre los grupos, que en ocasiones pueden oprimir a niñas y niños. ¿Cuáles son entonces las condiciones locales para materializar los derechos de las infancias sin reificar las experiencias de niñas y niños en contextos de desigualdad?
El rechazo toma otro signo como práctica de conocimiento y demanda localizar el gobierno de la infancia. Las discusiones sobre agencia infantil desde un abordaje situado (Haraway, 1988) no reducen la capacidad de acción de niñas y niños a la pura libertad, ni se agotan en los comportamientos infantiles validados por las instituciones desde sus proyectos políticos. Este horizonte de pensamiento se detiene en explorar las múltiples experiencias de las infancias y sus interpelaciones sobre lo que se impone como deseado respecto a “ser niña o niño”. El agenciamiento de niñas y niños trabajadores se cultiva en el encuentro entre sus estrategias incorporadas de reproducción social (Bourdieu, 2020), la desigualdad y la precariedad de la vida (Lorey, 2016), en tensión con los frentes discursivos hegemónicos que especifican en clave de edad las relaciones intergeneracionales.
Señalo estas economías morales para entender las economías políticas de estas prácticas de gestión, al tiempo que, busco evidenciar el rechazo imperante sobre la infancia trabajadora a favor de acciones de comprensión y transformación social más exigentes. Ampliar la imagen de sufrimiento de niñas y niños que trabajan el mundo que habitan, más allá de la indignación moral susceptible de generar una acción altruista, representa una negativa que invita a romper el muro, cruzar la calle, compartir la plaza, reinventar las banderas, escuchar a las niñas y a los niños, buscar sus rastros, dónde están, qué hacen, cómo se sienten y volver a empezar. Entonces, ¿cómo este retrato sobre niñas y niños que trabajan se conecta desde heterogéneas temporalidades con otras infancias desiguales?
Cómo no borrar a las niñas y a los niños de las laberínticas y asimétricas tramas de lo social; cómo no fijar las experiencias de niñas y niños de acuerdo con las expectativas adultas que preestablecen su futuro desde un presente infantil negado y su pasado desconocido; cómo colocar las voces y las agencias de las niñas y los niños dentro de una política de reconocimiento, incluso cómo reparar en sus silencios que rechazan subrepticiamente los márgenes de la participación infantil diseñados por los gobiernos (Llobet, 2021); cómo pasar de una política de la compasión a una de la desigualdad. Aún más, cómo trascender la práctica ordinaria de la investigación que hace del otro su objeto; cómo generar otra reflexividad vivida y en movimiento desde una nueva sensibilidad investigativa que se sobreponga a las representaciones que hacen del sufrimiento un trauma individual y fatal, mientras oscurecen sus causas intersticiales y tensiones estructurales.
Decido cerrar con estos interrogantes no clausurados desde mi responsabilidad epistemológica de no hacer más afirmaciones sobre lo que requiere desacelerar esta explicación breve, a favor de un cambio de tempo en el que los agentes despliegan, y desplegamos, toda la gama de controversias en las que estamos inmersos (Latour, 2008).
Cite as: Rocío Fatyass, “¿Rechazos de la infancia trabajadora?: moralidades, políticas y epistemes”, in Reimagining Childhood Studies, 22th September 2021, https://reimaginingchildhoodstudies.com/ rechazos-de-la-infancia-trabajadora/